1/30/2012

Perdida

La soledad la abarco, como si fuese un pasajero y ella un tren que ya se iba. La gente caminaba, pasaba por su lado, la ignoraba y ni la miraban. Pero ella se quedó allí, paralizada, intacta. Sin moverse. Viendo como todos a su alrededor caminaban y viendo su reflejo. Su estático reflejo en el gran espejo que abarcaba a casi toda la gente que a su alrededor caminaba.

Dio un último respiro y se movió, no sabía para donde ir; no quería ir a su casa ni a la casa de nadie. Quería un lugar oscuro, un parque, donde pudiese llorar sin que nadie se diese cuenta de que lagrimas empapaban su rostro. Se sentó en una banca bajo un gran árbol, apago su teléfono y lo metió a su bolsillo. Miro a su alrededor, muchas parejas, muchos ancianos y muchos gatos. Pero ella estaba sola, claro, sólo con sus lágrimas que cada vez aumentaban. Trataba de recordar momentos felices pero cada vez que lo lograba, estos se opacaban de finales tristes y feas discusiones. Se miro, de pies a cabeza, ya no era la misma chica de antes.

Algo en ella había cambiado, no era nada físico ni externo. Algo en su alma no era igual. Había crecido, aunque sea un poquito más, como persona. Recordaba los consejos que se le dieron. Recordaba pero no le servía. Perdió la noción del tiempo y allí, sola, se examino. Saco a la luz sus problemas y se revisó el otro bolsillo, ya no tenía hierba, ni un cigarro ni nada. Nada podría sacarla ahora de su realidad. La gente pasaba y la veía allí sentada, se preguntaban que por qué lloraba. Pero nadie se atrevía a preguntárselo.


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